En neerlandés tenemos una bonita expresión sobre la relación amor-odio. Se trata de amar mucho algo, pero también de detestarlo inmediatamente. En realidad, me gustaría separar y conjugar esas palabras.

En este caso, quiero escribir sobre el racismo. Oigo regularmente expresiones extremas como "sucios extranjeros", "negros", "buscadores de fortuna" y más expresiones de odio de este tipo. Como católico, no me fijo en el aspecto o el origen de una persona, sino en cómo se abre esa persona. En esto, prima el amor mutuo.

Tengo muchos contactos internacionales, principalmente latinos en el extranjero y personas de orígenes variados en Holanda. Me doy cuenta de que me abro a diversas culturas. Aún soy bastante joven, pero creo que la experiencia vital adquirida en los últimos años ha influido mucho en lo que soy.

Cuando veo ejemplos concretos, intento adaptarme a la persona. Por ejemplo, tengo un vecino africano. Es musulmán, tiene la piel de color negro, pero siempre se despide muy amistosamente en cualquier lugar de la ciudad. Otro ejemplo es que prefiero saludar a la gente en su propia lengua materna. Con algunas lenguas, puede costar mucho esfuerzo aprenderla, pero me complace hacerlo.

Otro ejemplo es el amor que siento por las mujeres. Si me enamoro de una mujer, no tiene por qué ser una mujer blanca con el pelo rubio y los ojos azules. Puedo enamorarme con la misma facilidad de una panameña de piel oscura y ojos marrones. El color de la piel no importa en absoluto. Lo que importa es el corazón de la persona.

Por tanto, tanto en las relaciones amorosas como en las relaciones entre nuestros seres queridos, la lengua, la religión o el color de la piel no deberían suponer ninguna diferencia. Cuando miras el corazón de la persona que tienes enfrente, ves la verdadera belleza.

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